SONRISA ÍNTIMA

Hoy he tenido un encuentro sui generis con la luna. Me quedé observándola con el placer que me causa verla plena. El horizonte estaba oscuro, de una oscuridad espesa, cuando un anillo color de fuego asomó perfilando las gruesas nubes que la cubrían. Se mantuvo de ese color naranja hasta que llegó a las alturas. Mi contemplación se volvió ansiosa al verla desaparecer de pronto tras la bruma durante varios segundos, dejando ver un tenue halo naranja hasta que de nuevo se descubría, reluciente, hermosa. Cuando conseguí verla en toda su redondez, me sonrió, como la luna de Mélies —¡sí, me sonreía y sólo a mí!—. Intenté distinguir en esos rasgos el señuelo de las manchas de la luna, pero ahí seguía mirándome con la sonrisa discreta. Agradecida por ese gesto íntimo y recíproco de la luna —quizás porque soy una fiel seguidora suya y a menudo pienso en ella como en mi talismán— me levanté del escenario frente a la playa y volví a casa.

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