POR LA IDENTIDAD DE LOS IGUALES

 

“La libertad es poder decir que dos más dos son cuatro”

Winston Smith en1984, de George Orwell

 

Globalpensante, globalcreyente, globaldiciente, globalcomiente, globalvistiente, globalemprendedor, globalcantante, globalaprendiz, globalignorante, globalopinante, hasta globalicrítico o globalifóbico. Una muestra del rostro multifacético del homo-global, denominación genérica para el ser humano que vive dentro de la burbuja del fenómeno de globalización, porque le pertenece por añadidura. Entonces, tal vez sea propicio llamarle a todo ser humano globaliengendro.

¿Qué diría Aristóteles de esta sociedad “eudemónica” donde es posible compartir hasta las propias decisiones? ¿Quiénes tienen entonces la razón, los que afirman que la economía globalizada estriba en una competencia que soslaya todo malestar social, o quienes sostienen que se trata de un proceso homogéneo y homogeneizante que conduce a la democracia, al progreso y al bienestar universales?

Una visión plantearía que la globalización es una guerra de baja intensidad, donde las alianzas se convierten en bloques económicos que eliminan las restricciones al comercio, bajo la demagógica premisa de la “libre competencia”. Y luego (aunque luego no es sinónimo de menos importante) está el desarrollo en gran escala de la electrónica y la informática que dio lugar al poderoso avance en las telecomunicaciones y con ello al establecimiento de una conciencia colectiva; la internacionalización en las finanzas por medio del patrón “megabyte” en lugar del patrón oro; la odisea por lo incógnito e inexplorado en el campo de la biotecnología y las ciencias en general; la incertidumbre por el paradigma de la razón que ya no responde a las expectativas humanas.

En consecuencia el mundo sufre ya por los problemas medioambientales debidos a la sobreexplotación de recursos, el aumento del crimen organizado, la inseguridad por la proliferación de armas nucleares, inconciliables conflictos étnicos y religiosos, la propagación de enfermedades como el SIDA, la existencia de una minoría de ricos cada vez más ricos, pobreza y más pobreza.

La estandarización en los niveles de vida que ha emprendido la globalización con la formación de esa conciencia colectiva, llevaría inherente la uniformidad en la forma de pensamiento (faceta globalpensante) caracterizada por la tendencia al consumo por la comodidad. De aquí derivan los constantes cuestionamientos por la pérdida o no de la identidad, en un proceso donde el aumento de la desigualdad favorece únicamente la miseria, en detrimento de las diferencias (de pensamiento, de costumbres, de estilos de vida, de lenguaje). Sin embargo, no hay nada que revoque la identidad, porque no hay nada en la naturaleza (afortunadamente) que resulte idéntico a uno mismo. Lo que existe es la inconsciencia de que esta premisa es cierta. Y es precisamente la memoria lo único que permite reafirmar la identidad, individual y colectiva.

El problema surge cuando esta memoria, respaldada por la lectura, se enfrenta a la imagen, cómplice de la desmemoria porque es efímera, engañosa, volátil. Un aliciente de la memoria eran las ideologías que antaño figuraban como estandarte de la identidad social, porque pretendían racionalizar la existencia humana.

Ahora las ideologías ya no expresan esta realidad. La crisis de las ideologías radicaliza el tránsito de lo verbal a lo visual, de la memoria a la desmemoria. La ideología hoy, es pensar igual. Resulta imprescindible la concatenación pasado-historia-lenguaje-lectura-reflexión-identidad. La presencia del pasado, es posible a través del lenguaje, por el cual es posible releer y revalorar la historia que nos hizo. El cultivo del lenguaje amplía las posibilidades de pensamiento y guia a la reflexión, a la conciencia a favor de la identidad de los iguales.