LA LOCA DE LA CASA

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La imaginación, esa loca de la casa de la que nos hablan las letras, nos juega a veces muy malas pasadas. Aquella noche, una noche de lluvia como tantas recurrentes en esa época estival tuve que cerrar la celosía a medias para que no salpicaran las gotas a mi cara mientras dormía. En ningún momento me percaté que una ranita se había quedado encerrada entre un par de celosías. En realidad, no es que la hubiera encerrado, es sólo que por alguna inexplicable razón, no fue capaz de salir por el espacio -suficiente para su pequeñez- que quedó entre ambas ventilas. Apagué la luz y me dormí. En medio de mi somnolencia comencé a escuchar golpes secos al pie de mi ventana o por lo menos fue lo que mi percepción sugirió en ese momento. El sonido era lo más parecido al que se hace al cavar. Mi imaginación se encargó de maquinar una historia de terror en mi mente, al grado de que mi subconciente me hizo creer que alguno de los vecinos estaba enterrando un cadáver en el jardín. Con esa idea caí en un profundo, pero angustiante sueño, de manera que no quería abrir los ojos pensando en que así no habría testigos de semejante crimen.

La ranita no cesó de saltar en toda la noche chocando entre las celosías de la ventana. Apenas aclaró la madrugada, abrí los ojos, pero no fue hasta que escuché ajetreo en la calle que me atreví a mirar por la ventana para comprobar que el jardín del vecino estaba intacto, que no había señales de que alguien hubiera cavado una tumba durante la noche y que lo que continuaba provocando ese sugerente ruido era la rana. Abrí por completo las celosías y de un soplo, conseguí que saltara lejos de la ventana. El horror se transformó de súbito en una risa provocada por lo absurdo de la situación. Me levanté con la sensación de no haber dormido, o de haberlo hecho pero sin dejar de estar alerta a lo que ocurría allí afuera. Entre la loca de la casa y la ranita, por poco me desquician a mi también.

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