En busca de “aliababá” (sin los 40 ladrones)

Gran Bazar, Estambul
La sensación de extravío en el legendario Gran Bazar de Estambul resulta mágica pues permite recrear mil y un historias conforme van surgiendo los aromas, las frases, los colores, las formas, los brillos, las texturas, en una especie de éxtasis psicodélico que sólo pueden generar los “zocos”. Literalmente caminábamos boquiabiertos entre los miles de visitantes que a diario recibe este emblemático bazar, observando entre otras cosas, la práctica del regateo, para la cual algunos resultan muy hábiles, aunque otros, quizás la mayoría, prefieren no arriesgarse demasiado y evitar el ritual que celebra con un té el cierre de un pacto entre iguales, el final de una compra “negociada”.
No queríamos comprar el típico souvenir, además de que estábamos iniciando el viaje y era preferible evitar llenar la mochila con cosas innecesarias. Así que nos dedicamos a desenmascarar algunos de los artilugios con los que los mercaderes ofrecen a los turistas, por ejemplo, objetos de yeso a precio de espuma de mar, ilustraciones y dibujos persas que en realidad no han sido realizados a mano, sino que son copias (igualmente bellas), o cómo camuflan piedras pintadas en lugar de turquesas, pues las originales no se consiguen en cualquier parte, tienen diminutas betas de oro y están destinadas a bolsillos muy holgados. Igualmente para los “guiris” todo lo que no había en su país les resultaba “muy barato”.
En alguna parada una figurilla llamó nuestra atención. Se trataba de un miembro viril de mármol, en tamaño más o menos real, es decir, no muy grande. Preguntamos el precio por curiosidad y después tuvimos que explicar que no podíamos llevarlo porque no teníamos espacio en la mochila y parecía pesado. El hombre creyendo que había hecho la venta del día, intentó persuadirnos y llamó a un joven para que trajera una figura más pequeña. A los pocos minutos el emisario volvió con un llavero al que denominaron “alibabá”. Le dijimos que nos gustaba, que queríamos más. El hombre envió al intermediario de vuelta y cuando regreso se lamentó diciendo que era “el último”. Pagamos y seguimos curioseando. De vez en cuando, si intuíamos que no podíamos incomodar al comerciante, preguntábamos si tenía “alibabás”. Como era de esperarse, más de alguno se ofendió con nuestro atrevimiento y nos echó con vehemencia de su puesto. Por fin, en un sitio atendido por unos jóvenes bastante relajados y que hablaban un perfecto español, nos consiguieron tres “alibabás” después de varios minutos de espera. También eran llaveros, pero había variantes de “alibabás”, una de ellas era una representación en miniatura de una pareja donde la figura de la mujer tiene un orificio y allí se encaja la figura del varón con el pene erecto. Años después sabríamos que se denominaban “alibabá” porque ése era el nombre de la marca que los comercializaba y al parecer diseñaron llaveros con diversas poses del kamasutra. Así de eróticos resultaron nuestros souvenirs del bazar más popular de Estambul, y uno de los más famosos del mundo.