SOBRE CONTAGIOS CULTURALES Y OTRAS CUESTIONES

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Ofrenda de muertos, Oretxa, Gipuzkoa

1. Día de Muertos

Según la historia narrada en el tomo Ritos funerarios en Vasconia (1995:472) del Atlas Etnográfico de la Vasconia, editado por el Gobierno de Nafarroa, era una costumbre tan arraigada en el pueblo vasco el que la familia llevara ofrendas a la sepultura que poseía en la iglesia parroquial, en un caso de supervivencia de antiguas creencias y prácticas comprobadas por multitud de datos de arqueología prehistórica.

El contraste de encuestas realizadas en 1923 y en los ochentas, ponen de manifiesto que el pan o los cereales se entregaban como pago a la iglesia por los servicios funerarios. Lo que se mantuvo en muchas localidades fue la costumbre ritual de realizar ofrendas de pan los domingos y días festivos en las exequias fúnebres durante el novenario y en días festivos en el primer año de luto. Estos panes luego se repartían, siendo a veces reaprovechachos en sucesivos oficios religiosos. Igual que al hablar de las ofrendas de luces se ha hecho mención de la creencia de que la luz servía al difunto de viático en su camino al más allá e iluminaba su alma en ultratumba. En los Libros de Difuntos de las parroquias, son comunes las anotaciones haciendo constar la voluntad del difunto de que se le lleve pan a la sepultura.

El antropólogo vasco José Miguel de Barandiaran recogió la creencia existente en Oiartzun, Andoain, Mañaria y Axpe, según la cual las almas de los difuntos comen realmente parte de los panes que, como ofrendas, se depositan en las sepulturas. En Aretxabala decían que después de expuesto el pan en la sepultura, pesaba menos que antes. Similar creencia existía en Bermeo.

En Liginaga se decía que los panes ofrendados durante el oficio fúnebre perdían toda su sustancia nutritiva, mientras en Zerain se decía que tenían distinto olor y sabor.

2. Arantzazu y el “marianismo latinoamericano”

La importancia de la comunidad vasca en la Nueva España fue el resultado de un largo proceso. Tuvo un principio en la singular historia del País Vasco, en su distribución geográfica, en su clima, en la leyenda y el milagro que dotaron a la comunidad vasca de una perdurabilidad a lo largo del tiempo, tanto dentro de la península ibérica, como dentro de las regiones que poblaron, como el caso del continente americano.

Sólo así cobra sentido la aparición de la Virgen de Arantzazu al pobre pastor Rodrigo Balzategi, en 1469, leyenda que sigue la tradición de las apariciones marianas. En España, la virgen María tradicionalmente se aparecía a personas humildes, como la virgen de Montserrat en Catalunya que se le apareció al ermitaño Juan Guría o la virgen de Andújar que se le materializó a un pastor enfermo y manco, mientras que la virgen de Guadalupe se le apareció a un campesino pobre en Extremadura.

En México la virgen de Guadalupe se le apareció, según cuenta la leyenda, al indio Juan Diego para encomendarle que pidiera al obispo Fray Juan de Zumárraga que le construyera un santuario en el cerro del Tepeyac, un lugar de culto donde los indígenas rendían honor a la diosa Tonantzin, en el año de 1531.

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