EL FINAL DE LOS OSITOS HARIBO QUE SE SALIERON DE LA BOLSA

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Era una tarde soleada de invierno. El clima cálido de los últimos días vaticinaba un desenlace caluroso a tan sólo unas semanas del inicio de la primavera. En realidad no se sabe si la estación o el clima habían tenido algo qué ver con aquella inusitada caída de los ositos Haribo. Tampoco se sabe nada de los responsables ni de las circunstancias del hecho. Pero es posible imaginar algunas causas de la tragedia que aquejaba en estos momentos a los ositos. Quizás la persona que abrió la bolsa lo hizo de manera intempestiva, de modo que los ositos volaron por los aires. Tal vez se debió a la torpeza de alguna cría que por querer contener demasiados ositos en su pequeña mano, provocó que resbalaran un par de ellos. Lo que sí es difícil de imaginar es que haya sido una acción premeditada y mal intencionada. Sólo la más ruin e innoble de las personas podría ser capaz de semejante atrocidad.

Y allí estaban, abandonados a su suerte sobre la acera, sin que nadie hiciera el mínimo esfuerzo por devolverlos a su hábitat. Los dos eran de color amarillo, pero aunque hubieran sido rojos, naranjas o verdes, no cambiaba la condición de estar en el suelo contaminado, degradados a la categoría más baja, tanto como la mierda de los perros. Allí permanecerían a merced de quién sabe qué calamidades del mundo humano. Si llovía era probable que la inercia los arrastrara hasta alguna alcantarilla donde, en el mejor de los casos, terminarían diluidos por el agua. Existía la posibilidad remota, de que algún can aprovechara la distracción de su cuidador y engullera alguno de los ositos, aunque no hay certeza de los efectos que podría ocasionar en su perruno intestino. Sin embargo, aunque no se trata de ser catastrofistas, todo apuntaba a que ambos perecerían a consecuencia de las pisadas continuas de la gente que transitaba por esa vía. Más de alguno pensará que tuvieron el privilegio de ser libres durante sus últimos momentos, pues la mayoría pasan de estar presos en su empaque, directamente al aparato digestivo de los humanos. Aunque su destino no sería mejor que el de los que fueron engullidos sin previo aviso, por lo menos éstos últimos habrán cumplido con el fin para el que fueron fabricados: el de alegrar la vida de la gente con el dulce sabor de una gominola.