ENTRELAZADOS

Lorenzo Quinn
La inspectora observaba desde su escritorio el sol radiante que por fin, obsequiaba esa mañana, tras varios días de intensa lluvia y bajas temperaturas. Se divertía mirando a un par de chiquillos saltar con su perro en los charcos de agua. Qué poco necesitamos a esa edad para ser felices, pensaba antes de ser interrumpida por uno de los oficiales a su cargo.
-Aquí está el parte de la policía forense. Fallecieron al instante. El rictus dificultó que pudiéramos separarlos. Llevaban las manos entrelazadas cuando ocurrió el accidente. A ella hemos podido identificarla, pero con él ha sido más complicado. Lo que sí sabemos es que no se trataba de su marido. Tendremos los resultados de la autopsia esta misma noche-. El joven oficial recitó el parte con cierta conmoción en la voz y se marchó.
La inspectora ocupó de nuevo su silla en el escritorio para revisar por segunda vez el reporte. Trataba de imaginar cómo ante una muerte precipitada y violenta como aquella, la primera reacción de la pareja había sido entrelazar sus manos sin saber si sobrevivirían al embate de su vehículo. Le costaba entender que hubieran tenido tiempo para pensar en el afecto que los unía antes que en sus propias vidas. Aquel pensamiento le parecía fascinante, aunque le costaba racionalizar el hecho de que el instinto de supervivencia pudiera ser desplazado por algo tan relativo como los sentimientos, como haría una madre que abraza a su hijo para protegerle ante el peligro inminente. Por un instante centró su atención en el ejemplar de Romeo y Julieta que le obsequió su hija y que permanecía intacto sobre su escritorio. De pronto, le acometió la idea de que aquel gesto hubiera sido premeditado, como una forma de demostrar al mundo que ni siquiera la muerte habría podido separarlos.