HABITACIÓN PARA UN CIEGO

grieta

El insípido haz de luz que escupía una minúscula grieta en la puerta de la habitación, no bastaba siquiera para reanimar las flores marchitas en aquel tiesto, legado por el anterior inquilino. Para Esteban, sin embargo, esta penumbra sería más que suficiente, porque así podría dormir cuanto quisiera.

La persiana baja, y la cortina de un marrón oscuro, reforzaban el deseado efecto sombrío. Al pie de la cama, una rejilla permitía desahogar, aunque fuera un poco, el aire viciado de la habitación.

Esteban sólo se limitaba a salir para abastecerse de tabaco, cervezas o para reponer el pan que había dejado enmohecer. Fumaba echado en la cama y en cuanto terminaba el cigarrillo, se abandonaba al sopor de aquel ambiente enrarecido, convencido de que la cura para su mal debía estar bajo las mantas.

El nuevo refugio era todavía más lúgubre que el almacén donde habitó tras la ruptura con su última pareja. Esteban cargaba con tres divorcios a cuestas, y otras tantas relaciones malogradas. Su más reciente separación lo había hundido como una lombriz bajo la tierra, tanto, que ya no le ilusionaba la fecha de su jubilación, para la que faltaban poco menos de dos años, tampoco le preocupaba cómo haría para llegar a fin de mes.

Como Esteban ya no respondía al móvil, ni devolvía las llamadas, ninguno de sus allegados había conseguido encontrarse con él para confirmar las sospechas de su depresión. Más allá de la falta de voluntad, su estado de salud no le había pasado factura ante esta mala racha.

Tras varias semanas sumergido en una rutina de continuo aletargamiento, en la que no tenía noción del día y la noche, notó de pronto, cómo un destello lo incomodaba, aún con los ojos cerrados. Le costó despegar los párpados, pero cuando lo consiguió, confirmó que el destello era real y que procedía de la puerta.

El resplandor era tan persistente, que se restregó la cara con ambas manos, mientras se acostumbraba a esa luz intrusa, delatora de una mañana espléndida. Entrecerró los ojos con aire detectivesco, intentando averiguar cómo es que la minúscula grieta pudo hacerse tan grande de repente. Quizás había golpeado con brusquedad la puerta en alguna de sus salidas al baño, ocasionando que la grieta se abriera.

En realidad no tenía interés por encontrar una explicación a lo ocurrido, así que se apresuró a cubrir la abertura con papel higiénico y lo pegó con cinta adhesiva que guardaba en la mesilla de noche. Concluido el apaño, se echó en la cama y casi al instante volvió a quedarse dormido. Unas horas después, otro baño de luz lo sacó de la cama de un sobresalto.

El papel higiénico que colocó en la puerta con cinta adhesiva, estaba roído y no sólo eso. La luz inundaba toda la habitación, como en los tiempos en que su esposa abría la ventana de par en par para dar la bienvenida al nuevo día. Herido por este nuevo fracaso, Esteban encendió la lámpara, decidido a obstruir el paso de los rayos del sol por aquella persistente grieta.

La precaria habitación no estaba dotada con demasiados artilugios, así que esta vez Esteban se decantó por utilizar un calcetín. Pinchó la prenda a la puerta con un alfiler en cada extremo y apagó la luz para comprobar si el improvisado parche daba resultado.

Mientras dormía, Esteban soñó que la grieta se ensanchaba ya no el doble, sino el triple o incluso más, por lo que al abrir los ojos, la excesiva luz quemaba sus retinas  dejándolo ciego.

Un sudor frío bañaba el cuerpo de Esteban después de su aparente pesadilla. Sólo al comprobar que la habitación permanecía sombría, se sintió más aliviado.