Como las nubes

El pequeño Mikel está hecho un ovillo arriba de la resbaladilla. Alguien se acerca a preguntar si está enfadado, pero él contesta que no, aunque el tono de su voz manifiesta claramente, que sí.

El resto de los niños que estaban a su alrededor se han marchado a otra parte a jugar. Minutos después se acerca su padre y comienzan a hablar sobre lo ocurrido:

—¿Por qué estás enfadado?

—¡Que no estoy enfadado! —chilla casi al borde de las lágrimas.

—¿Entonces por qué no bajas a jugar con los otros niños?

—Porque me han dejado solo. Se han llevado la pelota y no me han dicho que fuera con ellos. — Al decir esto ya no pudo contener el llanto.

—Vale, pero no es para que te pongas así, baja a jugar, anda.

—Que no quiero. Pensé que Lier era mi mejor amigo, tal vez él no sabe que es mi mejor amigo y me ha dejado solo.

Lier se acerca y el padre de Mikel aprovecha para hablar con él.

—A ver Lier, ya que estás aquí, dile a Mikel por qué te has ido.

—Porque me estaba aburriendo contigo —contesta Lier dirigiéndose a Mikel, quien se mostraba cada vez más ofendido.

—¿Ves? Ya te lo ha dicho. Se fue porque se estaba aburriendo.

—¿Y por qué me han dejado aquí, y se han ido sin decirme que fuera con ustedes? —ahora Mikel le reclama directamente a Lier.

—Déjalo ya. Te ha dicho que se estaba aburriendo. Ya está. Tal vez ni siquiera sabe qué significa aburrirse. ¿A ver qué es?

Y entre el resto de los niños que se congregaron en la escena alguno responde:

—Pues aburrirse es que no te estás divirtiendo.  

Al ver que Mikel seguía llorando, visiblemente indignado, Lier y los otros se marchan de nuevo y la conversación padre e hijo se prolonga.

—Pero Mikel, son todo problemas, te quejas mucho y no veo que hagas nada. Si el problema es que quieres jugar, pues baja y ve.

—¡Que no quiero, no quiero ir a jugar con ellos, porque me han dejado solo, a un amigo no se le deja solo!

—Te comprendo, Mikel ¿quieres decir que no vas a volver a jugar con ellos, solo porque se han ido? Vamos a ver, mira esa nube de allá.

Después de haber permanecido largo rato cabizbajo, la frase pronunciada por su padre consigue que Mikel mire hacia el cielo.

—¿De qué esta hecha?

—De agua.

—Muy bien. ¿Y qué va a pasar con esa nube cuando tenga mucha agua? Va a desaparecer. Lo mismo pasará con el enfado. Ahora estás así, pero cuando estés más tranquilo estarás como si nada. Los problemas son así, como las nubes, de pronto se hacen grandes y luego desaparecen.

Yo presencié toda la escena sentada debajo de la resbaladilla con mi pequeño Nicolai, que estaba comiendo su refrigerio de fruta. Al marcharme reflexionaba en cómo un niño como Mikel, que no rebasa los seis años de edad, ha interiorizado el concepto de la amistad. Cómo su amigo Lier, sin reparos, le dijo que se estaba aburriendo con él. Cómo un padre se las ingenia para alegrar a su hijo, incluso haciendo alarde de sabiduría como hizo este padre con su alegoría de las nubes. Y lo más importante, que nunca, nunca, debemos subestimar los sentimientos de los más pequeños, por más insignificante que pueda parecer para nosotros determinada situación. Ellos necesitan empatía, tanto o más que nosotros los adultos.

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