SÚBDITOS DE UNA PEQUEÑA MONARCA (2002)
Almas llaneras en ese espacio que parece nada, emergían con los colores del alba como desprendidas de una pintura surrealista en la que impera el absurdo de las dimensiones, porque su condición de diminutos seres se opone a la grandeza que impone su sóla presencia.
Sin previo aviso profanamos su recóndito dominio: el santuario de la Mariposa Monarca.
El recinto de estos diminutos miembros de la realeza nos demostró que sí existen otros mundos y que en estos mundos también se mira , se palpa, se respira… se asume la vida. Aquí la arrogancia queda envilecida, como en un reino inhóspito, remoto que incita a las conciencias a someterse al mandato de la naturaleza.
Las leyes de la física comenzaron a manifestarse cuando el autobús inició su recorrido para conducirnos a uno de los once santuarios que alberga a la mariposa monarca.
A un tiempo que no es antes, ni después, que fue y ya, los alumnos de la escuela de periodismo de la Universidad de Morelia, nos congregamos ante la cruz de cantera que es la sombra de nuestro centro educativo.
Si quisiéramos remitirnos al campo de la filosofía para exponer las causas del viaje, podríamos decir que la causa remota del nuestro era una práctica para la clase de fotografía. Para algunos la única motivación era tener un momento de contemplación fuera de lo mundano. A fin de cuentas es lo que menos importa cuando se tiene un contacto con una reina tan emblemática como ella.
Aunque sea verdad que “todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar”, para mayor comodidad fue necesario contratar dos autobuses, así se evitaría que viajáramos en condición de sardinas.
Partimos. La somnolencia aún perturbaba a quienes sienten que mientras no salga el sol es todavía de madrugada. Entonces, como es común en la filosofía borgiana era menester contemplar todas las posibilidades. Podíamos abandonarnos al subconsciente mientras recargábamos energías; o bien, mantenernos despiertos y escuchar el tema de cada loco; utilizar como catalizador del sueño alguna de las películas que tenía a su alcance el chofer; o tal vez imaginarnos nuestro futuro como gremio y unirnos en el “relajo”.
Aunque esta bifurcación de los instantes pudo convertirse en una maraña, optamos por ésta última.
Como cualquier todo es imposible pasar desapercibida la suma de sus partes, pero en el todo del camión lamentablemente las partes no se sumaron. Podríamos decir que iba la extrema delantera y la extrema trasera, cuya cohesión no dependía de cargas positivas o negativas, sino de empatía.
Las gargantas hicieron su mejor esfuerzo para recordar a los intérpretes de la canción en español, e incluso hasta de los clásicos del rock en inglés. El repertorio incluyó canciones desde José José hasta Vicente Fernández, de los Héroes del Silencio hasta Jaguares, de Timbiriche hasta Shakira, todo lo que se nos ocurrió intentamos entonarlo en canciones.
Alguien gritó que ya habíamos llegado a Agangeo, comunidad amurallada por la superficie boscosa de la sierra donde se ubican los santuarios de la mariposa Monarca.
Lo más excitante del recorrido vendría después.
El camión se internó en la serranía y se detuvo en un claro, una especie de campamento hasta donde estaba permitido el ascenso de los autobuses. El resto del trayecto correría por nuestra cuenta.
Algunos optaron por montar a caballo hasta el lugar en que se ubicaba la caseta de cobro para entrar al santuario bautizado como Chincua. Otros más optaron por rentar una camioneta de redilas, por la módica cantidad de cinco pesos por cabeza. Los menos se fueron a pie.
Después de pagar, nos aventuramos al estilo indiana Jones en la selva, la única diferencia es que nosotros lo hicimos en el bosque, sorteando los oyameles, el huinumo, las rocas cobijadas con musgo y la tierra suelta.
La distancia que nos separaba de la entrada, al alojamiento de las mariposas era de unos cuatro kilómetros. Llegaríamos en un par de horas, si bien nos iba. La ventaja es que no fue necesario hacer cita, lo que nos evitó darles la razón a quienes piensan que los periodistas tienen fama de impuntuales.
Perdí la cuenta del número de veces que detuvimos la marcha para tomar un descanso debido a que los 3 mil 600 metros de altura no fueron del todo favorables para algunos, sobre todo para los que carecemos de una buena condición física. Además, a petición de los oriundos del lugar que fungieron como guías en nuestro recorrido por la sierra, el grupo debía permanecer compacto ante el peligro de extraviarse en la densidad de bosque.
En esta ocasión nosotros fuimos los explotados por la naturaleza. Llegamos desahuciados al área restringida, al corazón del santuario en el que se concentraban los miembros restos de esta especie emigrada de las altas montañas de las Rocallosas.
Era un imperativo guardar absoluto silencio y no acercarse al lugar, porque nuestros pies depredadores podrían arrasar con la alfombra de lepidópteros que lucía un hermoso color naranja, y si la muerte del 20% de estos seres que poblaban el santuario, ocasionada por las nevadas invernales, no pudo evitarse, lo otro sí, por ello se adoptan este tipo de medidas en cualquiera de los nueve santuarios que existen en el estado.
Una travesura de los rayos de sol rompió con la solemnidad de las monarcas y cuando llegamos al lugar previsto para el espectáculo, estos insectos comenzaron a revolotear por los aires.
Alan Olmo Moreno, guía desde los 10 años por tradición familiar, explicó que el calor provoca que las mariposas se disipen como lo hicieron, atropellándose y rozándose unas con otras, codo con codo (mejor dicho, alita con alita), pues es la manera de aplicar el instinto de conservación ante las altas temperaturas.
Aunque hay quienes piensan que los espejos y la copulación son un horror porque multiplican a los seres, el poder observar cómo se aparean estos insectos, embelesa los sentidos. La lente de la cámara infringió la privacidad con la que dos de ellos parecían infiltrarse uno al otro por ósmosis, para perpetuar su especie.
Entre sus manos de tierra el guía tomó una mariposa extinta, mientras me explicaba que el acto de apareamiento dura hasta que la mariposa hembra seca al macho, y este procedimiento lo realiza con 8 o 9 machos, para producir 400 huevecillos.
Las hojas de una planta, clasificada en las listas taxonómicas como asclepia, sirven de cuna para los huevecillos que las mariposas depositan durante su regreso al lugar de origen. De ellas maman el veneno que les sirve de defensa. El milagro de la naturaleza comienza a manifestarse 15 días después en forma de oruga, al mes y medio el insecto alcanza su madurez y se abre al ciclo de vida que paradójicamente culmina en el tiempo en que se gesta un humano.
Las dos horas de recorrido y lo arduo de la travesía fueron recompensados con unos cuantos minutos de contemplación. Unos esperaban que el fenómeno fuera algo así como una experiencia orgásmica, aunque después reclamaron que fue una burla; a algunos más les pareció un elogio y para otros fue una presea de los dioses o del Creador. Para algún poeta inspirado parecían las notas de aquel poema extraviado en la naturaleza.
Sin más, ejercimos el principio gravitacional que establece que “todo lo que sube tiene que bajar” o lo que es lo mismo, “todo lo que baja tiene que subir”, el problema fue que a nosotros nos tocó aplicar el segundo.
Pudimos ahorrarnos un buen tramo del recorrido inicial cuando don Alan nos condujo por un atajo, aunque éste era más tortuoso que el primero y más escarpado.
El arribo al paradero de los camiones fue proporcional a la capacidad cardiaca de cada uno, los más rápidos llegaron primero, y los de peor condición quedaron rezagados para disfrutar por más tiempo el misticismo que encierra la serranía.
De regreso a Agangeo, cada quien tomó el rumbo que quiso. Todos guardamos el cansancio para después.
Los sonidos del silencio, los susurros del santuario, y la corte real devinieron en un rústico recuerdo de lo mundano.
El destino previsto era la famosa Casa Parker que fue la residencia de una pareja inglesa que emigró a nuestro país durante la crisis de 1929. Él se dedicó a la minería y ella a la fotografía. La casa, que es ahora museo, es un ejemplo de la modernidad llevada a lugares vírgenes como Agangeo. La puerta de entrada a la residencia de los Parker oculta los encantos que se aprecian del otro lado.
La historia del señor y la señora Parker resultó ser la clásica tragedia de amor. Ella murió de cáncer cuando todavía era muy joven y él se suicidó, sin ninguna descendencia.
La mayor parte de los objetos que pertenecieron a los Parker se conservan en la casa, de los cuales destaca una colección de fotografías realizadas por Julia Parker que rescatan la magia de la cultura indígena de la comunidad de Agangeo. Mi mirada se posó en la imagen de unos niños indígenas abrazados, que denotaba la ternura con que se comparte la pobreza.
El itinerario culminó con el recorrido por un pasillo subterráneo que fue acondicionado para representar el túnel de una mina, como la que perteneció a William Parker, uno de los tantos extranjeros que expropió para su país las entrañas de nuestro territorio.
Una mirada al mural que revela en una secuencia de imágenes la historia del pueblo de Agangeo, una verbena en la plaza y la despedida que delató un hasta pronto, cerraron con broche de oro el viaje que comenzó con una práctica de fotografía.
Así llegamos, y así emigramos, como súbditos de una pequeña monarca……