La hora feliz
La fastidiosa mosquita con su lengua veloz, absorbió los restos del terrón de azúcar, con el que endulcé mi café esta mañana. Pero aquel zumbido atroz, tan suyo, para invitar a sus compañeras al festín, arruinó aquel bello instante de contemplación. Reconozco que no eran horas para perder la calma, sobre todo si lo único que hacían, aparentemente, era ayudarme a limpiar. Después de mirar cómo se aglomeraban, una tras otra, en torno a la taza, tuve que poner un alto de un manotazo, antes de que decidieran regodearse en la piscina de mi desayuno.